miércoles, 10 de junio de 2009

SITUACION AMBIENTAL ARGENTINA: Problemas a Nivel Rural:

Los problemas ambientales que se producen en el ámbito rural son consecuencia principalmente de dos factores determinantes: el avance de la frontera agropecuaria sobre los ecosistemas naturales (Selva Misionera, Gran Chaco, etc.); y las prácticas agrícolo-ganaderas no sustentables.
Inundaciones y sequías:
Las inundaciones de llanura pueden agruparse en dos grandes tipos, en función de sus causas: los anegamientos y los desbordes de los causes. (Fuschini Mejía, M. en Durán, D., 1998). El primero puede ser provocado por un exceso temporal en las precipitaciones o por un ascenso en el nivel freático.
Cuando se deben a los desbordes de los ríos, el desencadenante de estos fenómenos es un aumento en la cantidad de agua en las nacientes que trae aparejadas crecidas que, en determinadas ocasiones, supera los bordes de la sección transversal. Esto es lo que se conoce como almacenamiento lateral y puede cubrir grandes extensiones y prolongarse por largos períodos. Es posible también que se den inundaciones de tipo mixto, es decir, en una zona anegada se produce el desborde de algún curso.
Las inundaciones se producen en regiones bien diferenciadas:
El Noreste, donde las inundaciones resultan consecuencia de los desbordes recurrentes (estimados como bianuales) de los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay; de lluvias caídas en el interior de los valles aluviales que drenan hacia cursos afluentes que, a su vez, desbordan al encontrarse con los cuerpos principales; y de lluvias localizadas en las ciudades y en las principales zonas productivas.
El caso de los ríos Pilcomayo y Bermejo reviste características diferentes. En efecto, naciendo en las altas cumbres y descendiendo a una velocidad tal que genera graves procesos erosivos en la alta cuenca, estos cursos se desaceleran en las zonas planas donde depositan su elevado contenido de sedimentos. Por lo tanto, sus cauces resultan provisorios y desbordan en sitios diferentes cada año, lo cual resulta difícil de prever. Sin embargo, como los anegamientos se producen en zonas poco o nada pobladas y de baja relevancia agropecuaria, su impacto social es de un nivel de significancia mucho menor.
La Provincia de Buenos Aires, con la cuenca del río Quinto en el noroeste, el sistema de las lagunas Encadenadas en el sudoeste y la cuenca del río Salado en el Centro. En esta región se produce la alternancia de períodos de sequía con ciclos húmedos, habiendo sido la más afectada la cuenca del río Salado, afectación que se ha visto agravada por un mal manejo agrario y una política de canalizaciones mala planificada y aplicada. (Di Pace et al., 1992).
En este sentido se puede mencionar las inundaciones acontecidas en la zona del litoral como consecuencia de las lluvias extraordinarias provocadas por el fenómeno del Niño, que suele darse a intervalos de 7 u 8 años alterando al comportamiento normal de los océanos y atmósfera.
En el período de inundaciones de Noviembre de 1982 a Julio de 1983 más de 70.500 personas debieron ser evacuadas y las hectáreas anegadas alcanzaron un total de 2.350.000 entre Corrientes, Chaco, Santa Fe y Entre Ríos. Los daños directos se han estimado en 1.650 millones de U$S y los indirectos en U$S 3.753 entre evacuación, viviendas, infraestructura y transporte y pérdidas en los sectores agrícola y ganadero y en el resto de la economía. (Menéndez, J. y Falcone, R. en PROSA-FECIC, 1996).
En 1998 la Argentina sufrió un nuevo acontecimiento del Niño que requirió la movilización de miles de familias, la pérdida de las cosechas en vastas áreas y la destrucción de viviendas e infraestructura. Este acontecimiento puso en discusión, en los medios masivos de comunicación, la gestión de los recursos hídricos por parte del Gobierno Nacional y la falta de previsiones para el desastre natural. La polémica generada y la magnitud de las inundaciones pusieron el tema en el rango de primera prioridad en la agenda nacional.
Cabe acotar que las inundaciones por desbordes de los cursos de agua sobre sus correspondientes valles aluviales afectan a sectores urbanos en los que se da una ocupación no planificada e incontrolada de tales valles donde habita, en la gran mayoría de los casos, la población de recursos más escasos. Asimismo, como los cursos suelen hallarse contaminados, la combinación de los factores inundación - contaminación potencia la magnitud del problema.
Cabe destacar, finalmente, los problemas causados por la sedimentación de los materiales generados a partir de la meteorización de las formaciones rocosas y de la erosión de los suelos en diversas cuencas hídricas, particularmente la del Río de la Plata. A ésta, sólo el Bermejo le aporta 70 millones de toneladas de sedimentos por año, lo que afecta las posibilidades de uso del recurso, incluso la navegación y el acceso a puertos comprendidos en la red de vías navegables.
Las sequías resultan de condiciones hídricas en las que prevalece la escasez de agua como resultado de precipitaciones insuficientes en una serie de años sucesivos. Como consecuencia de ello se empobrecen las pasturas, disminuye el rendimiento de los cultivos y personas y animales ven limitadas sus posibilidades de disponer de agua. (Durán D. 1996)
Las mismas afectan de manera permanente a las regiones áridas y semiáridas del territorio y a las regiones húmedas y subhúmedas del país, en forma intermitente, alternando inundaciones con sequías.
La Pampa Deprimida, por ejemplo, se ve afectada por fluctuaciones no periódicas de precipitaciones. Según un informe elaborado por el Consejo Federal de Inversiones (CFI), la zona ha experimentado, en el período comprendido entre 1923 y 1974, veintiocho años definidos como normales, diecisiete lluviosos y seis secos. (Durán, D., 1996)
Deben distinguirse las sequías hidrológicas, como déficit hídrico permanente, de las sequías agrícolas que se producen cuando la disponibilidad de agua no coincide con las épocas en las que las necesidades agropecuarias lo exigen. (Fuschini Mejía, M. en Durán, D., 1998).
Al respecto se mencionarán tres acontecimientos de sequías hidrológicas. (Duran, D., 1998). La ocurrida en Corrientes y Misiones en 1985 y 1986 durante la cual llovió, en un total de 60 días, tan sólo 20 mm (siendo la media mensual del orden de los 180 a 200 mm). Este acontecimiento provocó la destrucción de las cosechas de maíz, té, yerba y tung, la proliferación de incendios de bosques, escasez del agua para bebida por lo que debió establecerse una red de distribución de emergencia, etc.
El otro episodio de sequía que será mencionado es el ocurrido en 1987, en Salta y Tucumán, que registro un déficit de precipitaciones de nueve meses. Las consecuencias principales de este desastre natural fueron la muerte de gran cantidad de ganado mayor y menor; la afectación de los cultivos en toda la región, especialmente en Tucumán, en donde se perdió el total de la cosecha de verano de limones y naranjos; escasez del agua para bebida; etc.
Por último, se mencionará la sequía ocurrida entre 1988 y 1989, que afectó a las provincias de Buenos Aires, Córdoba, La Pampa, Santa Fe, Chaco, Formosa, Entre Ríos y Misiones, conocida como "la sequía del siglo". La misma se debió a un descenso en el nivel de precipitaciones en la Pampa húmeda y sectores de la Mesopotamia y provocó, entre otras cosas, el agotamiento de las praderas, pérdidas en los cultivos de lino, trigo, frutales y mortandad de corderos y terneros.
Degradación de los suelos:
Según la FAO, la degradación de los suelos es "todo proceso de pérdida total o parcial de la productividad de la tierra", e implica que un sistema con un determinado grado de organización y composición pase a otro más simple y de menor número de componentes. (SAGyP y CFA, 1995).
Debido a la acción de agentes exógenos las rocas sufren una gradual metorización (degradación química y física) que con el paso del tiempo da lugar, sumada a la acción de organísmos vivos, a la formación del suelo. Las particulas disgregadas pueden ser removidas y transportadas por los dos agentes erosivos más comunes: el viento y el agua. Esto es lo que se conoce con el nombre de erosión eólica e hídrica respectivamente.
Sin embargo, este proceso natural puede ser acelerado e incluso desencadenado por acciones humanas. Entre estas se pueden mencionar como más importantes el sobrepastoreo, el desmonte o deforestación y las labranzas.
Los efectos nocivos de la erosión hídrica se manifiestan prácticamente a todo el país pero se pueden mencionar, por su nivel de degradación, las áreas correspondientes al Sur de Misiones, Noroeste de Corrientes, centro y Oeste de Entre Ríos, Tucumán, Sur de Salta, las cuencas de los ríos Carcaraña y Tercero y del río Arrecifes y Arroyo del Medio. (SAGyP y CFA, 1995).
La erosión eólica afecta principalmente a las zonas áridas y semiáridas del país, en las que se estima que un 40% de las mismas se encuentra efectuada. (SAGyP y CFA, 1995).
A modo de ejemplo se presentan el cuadro y mapa siguientes, ilustrativos del volumen de tierras sujetas a erosión hídrica y eólica en la República Argentina. Téngase en cuenta que los datos corresponden a 1986 por lo que se puede suponer, analizando la tendencia actual, que la situación ha empeorado (ver Cuadro Nº 2)
Según Di Pace et al. (1992), existen 22 millones de ha de tierras degradadas de muy difícil recuperación en la Patagonia extrandina, la Puna, el Monte y la porción más seca del Gran Chaco que limita con este último; 5,5 millones de ha. en la Pampa Húmeda con posibilidades económicas y ecológicas de recuperación; distribuyéndose el resto en la Selva misionera, la Selva tucumano-oranense y el Bosque austral. Dicho trabajo identifica, asimismo, cuatro zonas de erosión potencial alta en la Cuenca del Plata.
En general, los procesos erosivos provocan una paulatina disminución de la fertilidad del suelo, debido a la pérdida de la capa superficial del suelo que contiene la materia orgánica y minerales necesarios para el sustento de la vegetación. A esto deben sumarse los efectos de las prácticas agrícolas inadecuadas que implican la utilización de los nutrientes, sin una posterior reposición y la contaminación del suelo y aguas aledañas con agroquímicos para contrarrestar los efectos de la disminución en la productividad de los campos. Este tipo de degradación afecta prácticamente a todas áreas agrícolas definidas como de erosión nula o leve. (SAGyP y CFA, 1995).
Las pérdidas de mayor nivel de criticidad afectan, según Di Pace et al., a la Selva misionera, la Selva tucumano-oranense, el Gran Chaco, y la Puna, conjuntamente con la zona Pampeana sur. Esta última, según dichos autores, sufrió una reducción del 50% en los contenidos de materia orgánica de sus suelos como consecuencia de las prácticas agrícolas sostenidas efectuadas en la misma a lo largo de quince años. Asimismo, estudios realizados por el INTA en el Parque Chaqueño Occidental han determinado que de seis lotes bajo agricultura por un período de 9 a 11 años, cuatro presentaron una disminución entre el 21 y el 73% del contenido de materia orgánica en la capa arable.
Como dato ilustrativo respecto al futuro esperable, puede mencionarse que en las tierras correspondientes a la zona cañera de la Selva tucumano-oranense y al oasis agrícolo-hortícola del Monte, el consumo de fertilizantes por ha. (5 kg/ha.), según Barbaro et al. (1992), equivale a un porcentaje muy bajo del utilizado en las zonas de agricultura intensiva de los países desarrollados (23, 47, 319 y 99 kg/ha. consumidos por Australia, Canadá, Francia y EE.UU., respectivamente).
La desertificación es el nivel extremo que puede alcanzar la degradación y el deterioro de los suelos y de todo el ecosistema en general. Este problema es característico de las zonas áridas y semiáridas por lo que nuestro país, con un 75% de superficie en tales condiciones, se encuentra naturalmente expuesto.
La gravedad del fenómeno de desertificación se debe al hecho de que el ritmo de regeneración de la vegetación en estas zonas es muy bajo y, por lo tanto, su recuperación, aunque no imposible, es lenta y requiere de grandes esfuerzos para revertir las condiciones que dieron origen al problema. La Patagonia constituye una de las regiones en las que el fenómeno de la desertificación constituye un problema grave a crítico, como consecuencia de la eliminación progresiva de la ya escasa cobertura vegetal debido al sobrepastoreo con ovinos. Las condiciones climáticas, especialmente la escasez de las precipitaciones, le confieren características que la hacen especialmente vulnerable a la desertificación, al punto tal que el 90% de su superficie presenta signos evidentes de degradación y un 30% ha sido definido como desierto. (Durán, D.; Daguerre, C.; Lara, A., 1991)
Al respecto se puede mencionar que las zonas comprendidas por la Cordillera, Precordillera, las Sierras y Meseta Occidental en la Región Patagónica presentan un tapiz herbáceo seriamente degradado por la utilización inadecuada del recurso forrajero. La región Norte por su parte, presenta erosión hídrica y eólica moderada, situación que se ve agravada por las lluvias torrenciales de otoño y primavera. (PROSA-FECIC, 1996).
Como dato ilustrativo podemos decir que hace 20 años funcionaban en la región 1.261 establecimientos ganaderos sobre una superficie aproximada de 24.000.000 ha. En la actualidad 200 establecimientos se encuentran abandonados y más de 78% de las explotaciones no superan las 5.000 ovejas, lo cual no resulta rentable en las condiciones actuales del mercado ovino.
Salinización secundaria y problemas de drenaje:
La salinización secundaria y las deficiencias o impedimento del drenaje rural constituye un problema principalmente en aquellas zonas con sistemas agrícolas bajo riego. A modo de ejemplo, puede citarse la elevación de la napa freática que potencia la salinización y las dificultades sufridas para el drenaje de ciertos campos frutihortícolas aguas abajo de las represas hidroeléctricas construidas sobre el río Limay en el oasis del Alto Valle del Río Negro.
Las provincias con mayor superficie bajo riego son Mendoza (443.523 ha), Buenos Aires (176.500 ha) y Tucumán (140.734 ha). La primera es también la más afectada por problemas de salinidad con 255.940 ha, que representan el 43,8% de las áreas afectadas a nivel nacional, y drenaje, con 255.310 ha. Asimismo, se ha determinado que la infraestructura en este último sentido es deficiente.
Con respecto a los problemas de salinidad le siguen en orden de importancia, San Juan y Tucumán con 76.566 ha y 60.393.000 respectivamente. Se debe tener en cuenta que estos valores incluyen salinización primaria y secundaria. Los problemas de drenaje, por su parte, afectan en mayor medida a San Juan (55.000 ha), Río Negro (46.423 ha) y Tucumán (51.941, esta última con una carencia total de infraestructura. (Barnes, H. en PROSA-FECIC, 1996)
En la actualidad, la superficie con "derecho a riego" cubre, según Barbaro et al. (1992), 1,5 millones de Ha, lo que equivale al 0,55% del territorio nacional. Ello no obstante, la superficie sometida efectivamente a riego alcanza sólo a unas 900.000 Ha (86% en zonas áridas y semiáridas y 14% en zonas húmedas y subhúmedas).
La eficiencia nacional promedio del uso del riego es de alrededor de un 35%, alcanzando niveles un poco mayores en el caso de los oasis de regadío de Mendoza y San Juan (42%).
Riesgo sísmico, aluvional, de tornados y volcánico:
La sismicidad, según Di Pace et al., afecta a un núcleo de muy alto coeficiente sísmico ubicado en unos 200.000 km2 en la zona andina de las provincias de Mendoza y San Juan con probabilidades de ocurrencia de terremotos en cien años que superan el grado VI de la escala Richter. Dentro de esta zona existe otra, más reducida (70.000 km2), bisectada por el límite interprovincial, en que las intensidades sísmicas probables en cien años son superiores al Grado VIII de la escala antes enunciada. Al respecto se mencionará el terremoto ocurrido en Caucete, San Juan, el 23 de Noviembre de 1977 que provocó la muerte de personas y la destrucción de numerosas viviendas.
Los volcanes, al igual que el riesgo sísmico, afectan a la franja occidental del país debido a la disposición y desplazamiento de las placas tectónicas. Los volcanes pueden tener con el tiempo efectos positivos para el ambiente pero inicialmente pueden significar un riesgo serio para las personas y la vida natural. Por un lado, se pueden mencionar los gases tóxicos, que en forma de nube se desplazan distancias considerables pudiendo provocar intoxicaciones y asfixias. Las cenizas, por su parte, son dispersadas por el viento llegando a afectar a los habitantes de las localidades cercanas, así como al ganado y a los cultivos.
Otros riesgos naturales son los aluviones, que afectan seriamente la infraestructura vial y ferroviaria de zonas montañosas en las que la deforestación de laderas y el uso agrícola de tierras no aptas y con pendientes elevadas constituyen acciones antrópicas potenciadoras del fenómeno de referencia. Estas aluviones han producido situaciones trágicas tanto en la zona de las Sierras de Córdoba (San Carlos Norte) como en la Quebrada de Humahuaca.
Con respecto a los tornados, la zona de ocurrencia incluye Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Chaco, La Pampa, Santiago del Estero y el Este de Córdoba. Como ejemplo de este tipo de desastres naturales se puede mencionar que un tornado que azotó a la localidad de San Justo, provincia de Santa Fe, en 1973 y que produjo la muerte de 65 personas y pérdidas económicas cuantiosas y más recientemente, el ocurrido en la cuidad de Santo Tomé, que afecto a un 75% de las estructuras del mencionado centro urbano.
Incendios:
Los incendios, de origen natural o intencionales, son acontecimientos corrientes en muchas zonas del país. Entre ellos se pueden mencionar:
Los incendios en el sector oeste de la zona Pampeana y en el Bosque austral, se ven favorecidos por la velocidad y frecuencia de los vientos que hacen que los mismos sean vastos (en general, superan las 7.000 ha.) y de prolongada duración. La abundancia de material leñoso acopiado, en muchos casos, por la población, para ser utilizado como combustible y en la cocción de alimentos, contribuye a agravar aún más esta situación.
Las sabanas del Gran Chaco, donde los incendios son frecuentes aunque en manchones ya que el sobrepastoreo ha contribuido al consumo de lo que representaría el combustible para los mismos.
La Selva misionera y la Selva tucumano-oranense donde se han implantado coníferas (material leñoso altamente combustible) junto a bosque natural menos combustible, incrementando el riesgo de incendios. Estos se producen, no obstante, sólo en veranos muy secos.
Ejemplo de las magnitudes catastróficas que pueden tomar los incendios forestales son los que se produjeron en la temporada estival 98/99 en las zonas aledañas a la Ciudad de Bariloche, frente al Lago Nahuel Huapí, que destruyeron más de 30.000 ha. de bosque nativo. Este acontecimiento, como otros en años anteriores, ha despertado inquietud entre la población con respecto a los mecanismos existentes para la prevención, rápida detección y control del fuego.
Daniel Posse, presidente de la Asociación de Bomberos del Cerro Campanario, camino a Llao Llao, indicó que sólo en esta temporada ya se ha acudido a más de ochocientos focos de fuego en los alrededores de Bariloche. Se cree que más del 90% de los mismos fueron causados intencionalmente y el 10% restante se debió a causas naturales y/o accidentes causados por el hombre. (Clarín, 07/02/99)
Deforestación:
La deforestación sufrida por grandes superficies ha hecho que, según datos del IFONA, de los 106 millones de Ha (39% de la superficie del territorio nacional) cubiertos por bosques nativos en 1914 se pasara a alrededor de 35,5 en 1987 (14% de dicha superficie).
De acuerdo con el Lic. Antonio Morlio, coordinador del Programa Forest-Ar, la extracción media anual de productos forestales provenientes de todos los bosques alcanzan a 7,3 millones de toneladas. De estas, entre 1/6 y 1/3 se obtienen en bosques nativos. Estos se estima que ocupan actualmente una superficie de unos 36 millones de hectáreas.
La explotación forestal desde fines del siglo pasado, con un carácter netamente extractivo, ha puesto en serio riesgo la existencia de especies arbóreas de gran valor. En la provincia de Misiones, por ejemplo, la explotación se centro en las llamadas "maderas de ley", que incluían a los Cedros, Lapachos, Peteribies, etc. y otros exponentes tales como el Palo Rosa y el Pino Paraná. (Chébez, J.C., 1994).
En la región chaqueña, emprendimientos a corto plazo como el llevado a cabo por la empresa "La Forestal" han llevado a la casi desaparición del quebracho colorado chaqueño para la extracción del tanino utilizado para el curtido de cueros. Otras especies que han sido explotadas irracionalmente son el Palo Santo, el Algarrobo (más recientemente), el quebracho colorado santiagueño, etc.
En el Chaco serrano y la llanura chaqueña la extracción forestal indiscriminada ha degradado el recurso provocando el reemplazo de especies de gran valor, de maderas duras y de lento crecimiento, por malezas leñosas de poca utilidad. En la mayor parte de las regiones desmontadas el monte tiende, al cabo de 4 o 5 años sin cultivo, a volver a instalarse pero en formas degradadas respecto de la vegetación original. La vegetación actual esta integrada por individuos aislados de especies con valor forestal (utilizados para sombra o estética en los establecimientos ganaderos o agroganaderos) y abundante fachinal. (SAGyP y CFA, 1995).
Algo similar ocurre en la Provincia de Formosa, en la que la actividad forestal es netamente extractiva sobre la zona Oeste, con predominio de Quebracho Blanco y Colorado Santiagueño, y sobre la zona centro-Este, de una riqueza y variedad muy superior.
El desmonte, que viene efectuándose a una tasa de 30.000 Ha/año, ha sido y continúa siendo llevado a cabo con el fin de implantar en las áreas desmontadas actividades agrícolas y/o, eventualmente, ganaderas (caso que no se ha dado en nuestro país en los últimos treinta años); y para la reforestación con otras especies de crecimiento más rápido.
Ejemplo de ésto es la selva tucumano-salteña o yungas, que ha perdido prácticamente su piso inferior de vegetación arbórea, la selva de pedemonte, al ser reemplazada por cultivos cañeros y frutihortícolas. (Chébez, J.C., 1994).
Incluso en años recientes, áreas que aún permanecían en su estado natural fueron devastadas por los planes de colonización tendientes a expandir la frontera agropecuaria. Tal es el caso del parque chaqueño que ha perdido gran parte de su vegetación arbórea para dar paso a plantaciones de algodón.
A esto se deben sumar la proliferación de cultivos de especies arbóreas exóticas, de rápido crecimiento, para la producción de papel y maderas de baja calidad, que han reemplazado los espacios ocupados anteriormente por formaciones naturales de gran biodiversidad.
La degradación de los bosques naturales puede traer consecuencias perjudiciales para ciertas actividades económicas como las represas hidroeléctricas o los sistemas de potabilización (acumulación de sedimentos por lavado de terrenos) y a zonas urbanas (deslizamiento de tierras en zonas montañosas e inundaciones).
Contaminación por agroquímicos:
Algunos de los contaminantes que contribuyen al deterioro de la calidad de las aguas, fundamentalmente por arrastre por lluvias, y del suelo, son los plaguicidas (aldrin, dieldrin, hexaclorohexano, heptacloro, etc.). Algunos de estos son altamente nocivos e incluso bioacumulables, con una vida media de 10 a 15 años. De los 236.000 Kg. de plaguicidas utilizados en el Alto Valle del Río Negro, 105.500 Kg. corresponden a los doce más peligrosos. (Chébez, J.C., 1994).
A modo de ejemplo se menciona que en el Alto Paraná, a la altura de Candelaria, Misiones el mismo autor señala que se han detectado niveles de Disulfotón del orden de los 456.350 kg./día y 22.500 Kg/dia de Aldrin. Ninguno de estos valores satisface los niveles recomendados para la protección de la vida acuática.
De acuerdo a Bárbaro et al., el 60% de los plaguicidas comercializados son herbicidas y, si bien su utilización se duplicó entre 1975 y 1985, nuestro país utiliza menos de la mitad de la cantidad empleada por Canadá, una tercera parte de la usada por Australia y alrededor de un décimo de la correspondiente a algunos países de la Comunidad Europea (Francia).
En cuanto al tipo de plaguicidas empleado, dicha fuente indica que el control de su uso ha sido muy permisivo (comercializándose algunos prohibidos en otros países), aunque parecería que la tendencia podría revertirse como consecuencia de varios factores como las imposiciones del mercado internacional en materia de control de alimentos, la generación y transferencia de nuevos conocimientos, la creciente preocupación social y la creación de organismos oficiales de control.
A pesar de los importantes caudales de agua transportados por los ríos de la Cuenca del Plata, se detectó en los mismos la presencia de plaguicidas organoclorados, siendo destacables los altos valores aportados por el punto de toma 602, correspondiente a la salida del efluente cloacal de Berazategui. En este punto también se detectó la presencia en concentraciones elevadas de PCBs en los sedimientos del lecho del río, que alcanzaron los 1085,0 ng/g. (Dirección Nacional de Gestión de los Recursos Hídricos, 1997)
Por otra parte, de acuerdo a Vila y Bertonatti (1993) y no obstante contarse con una rica legislación en la materia, en nuestro país no existirían controles sobre la importación, comercialización interna, selectividad de aplicación, técnicas de aplicación y tiempos de carencia (los que deben mediar entre la aplicación del biocida, la cosecha y la salida del mercado). Según dichos autores nuestro país forma parte de aquel grupo de países que reciben biocidas prohibidos o restringidos en sus países de origen y que, como consecuencia de la detección de tales agroquímicos en los productos primarios que se exportan, se encuentran con fuertes restricciones. La tendencia actual, según lo indican Bárbaro et al., es que tal situación parecería tender a revertirse.
Disminución de la biodiversidad:
La pérdida de la biodiversidad en la Argentina y en el mundo no es el resultado de una actividad humana o de un factor aislado, sino de una serie de causas interrelacionadas que están presionando sobre los ambientes y especies naturales al punto tal de llevarlos al borde de la extinción. Entre ellos se puede mencionar la alteración de los espacios como consecuencia del avance de la frontera agropecuaria, la contaminación del aire, agua y suelo, la introducción de especies exóticas, la caza furtiva, la deforestación, el sobrepastoreo, etc.
En lo que hace a la fauna íctica, las grandes concentraciones urbanas e industriales, con los procesos de contaminación y eutroficación asociados a las mismas, son las principales responsables de su deterioro. Aunque aún no evaluado objetivamente, el impacto de las represas, en función de las particularidades del sistema y de las características biológicas de las especies presentes, debe asimismo ser tenido en cuenta.
Con respecto a este punto, cabe mencionar que la falta de integración entre las políticas de aprovechamiento de los recursos transfronterizos ha significado en muchos casos una pérdida de tiempo y recursos para nuestro país. Al respecto se puede mencionar el caso del Bosque austral entre Argentina y Chile (período 1980-1989), donde en nuestro país se protegían determinadas especies que eran explotadas en Chile y luego ingresaban al nuestro como madera aserrada; o el del Parque Nacional Río Pilcomayo (Pcia. de Formosa), donde se protegen ciertas especies que son afectadas por cazadores furtivos provenientes de Paraguay a través del río homónimo.
La introducción accidental o intencional de plantas y animales exóticos puede resultar un grave riesgo para la supervivencia de las especies nativas. Las primeras, si logran aclimatarse, se encuentran en franca ventaja con respecto a las segundas puesto que no tienen predadores naturales ni organismos que las paraciten. Así es como especies arbóreas como el Ligustro, la Ligustrina y la Madreselva están desplazando a la vegetación originaria de la zona del Delta del Paraná, las truchas y salmones a los peces de gran cantidad de cursos de agua, el jabalí a los pecaries, el ciervo europeo al huemul etc. (Chébez, J.C., 1994).
Los efectos que pueden tener las especies exóticas han demostrado en muchas ocasiones ser negativas al punto de poner en serio riesgo la supervivencia de la flora y fauna nativas. Por un lado, pueden convertirse en competidoras y predadores altamente eficientes, por otro pueden dañarlos indirectamente al destruir su hábitat y por último pueden introducir parásitos y enfermedades para las cuales las especies nativas no tienen defensa.
Con respecto a la caza comercial, legal o ilegal, la persecución de la cual son objeto algunas de nuestras especies autóctonas ha puesto en serio peligro a algunos de nuestros más hermosos exponentes de flora y fauna natural, especialmente al combinarse con los factores vistos anteriormente. Según CITES, el comercio internacional de plantas y animales silvestres mueve legal e ilegalmente unos 20 mil millones de dólares anuales. La Argentina se ubicó, en 1990, en cuarto lugar en cuanto a contrabando de fauna y pieles se refiere, después de España, Tailandia y Singapur.
Los motivos principales para la captura de flora y fauna pueden resumirse como: obtención de animales vivos como mascotas o como elemento ornamental; obtención de cueros, pieles y plumas; y como recurso proteico, en mucha menor medida.
En el primer grupo se destacan los monos, los loros, los flamencos, los cisnes, los tucanes, peces, anfibios y reptiles varios; en el segundo, los gatos manchados, los zorros, los zorrinos, el lobito de río, la vicuña, el guanaco, los pecaríes, el coipo, la chinchilla, los yacarés, las boas, los lagartos overos, etc.; y en el tercer grupo se encuentran entre los más presionados la vizcacha y la mulita. (Chébez, J.C, 1994)
Uno de los factores que agravan aún más la situación es el hecho de que la fauna constituye parte del sustento complementario o casi único de la población rural mientras que, según evaluaciones sobre sistemas de comercialización, se ha estimado que el cazador sólo llega a retener del 0,01 al 2% del producto final (Bárbaro et al., 1994). El tráfico ilegal de fauna trae aparejado, por lo tanto, inconvenientes ecológicos, económicos y sociales.
La Argentina firmó en 1980 el Convenio sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Flora y Fauna Silvestre (CITES). La entidad tiene como fin la coordinación de los esfuerzos para regular el comercio de las especies no domésticas. Para esto ha clasificado a las especies en tres apéndices: I de comercio prohibido; II de comercio restringido; y III de especies protegidas en un país.
Entre las especies que figuran en el Red Data Book de la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza), consideradas en peligro de extinción y/o en retroceso numérico continuo, se encuentran: amenazadas 5 mamíferos, 5 aves y 3 reptiles; vulnerables 16, 4 y 1 respectivamente; y raras 4, 4 y 1 también respectivamente. (Chébez, J.C en FECIC-PROSA, 1996). En lo que hace a las especies vegetales consideradas en peligro e incluidas en el Apéndice I de la Convención CITES, éstas son cuatro, a saber: el pehuén, el alerce y el ciprés, en los Bosques Andino-Patagónicos; y el pino del cerro, en las Selvas de las Yungas.
Seguidamente se hará una breve referencia a la situación en que se encuentran los ecosistemas de humedales en la Argentina, sobre la base de la publicación "Los Humedales de la Argentina: clasificación, situación actual, conservación y legislación" de la Organización Wetlands International. (1998)
El término humedal hace referencia a distintos ambientes acuáticos tales como lagos, lagunas, esteros, bañados, turbales, ríos y arroyos, que contienen por lo general una gran diversidad y productividad biológica y proveen a la sociedad de gran cantidad de recursos ictícolas y faunísticos, así como la posibilidad de un desarrollo turístico y recreacional en estas zonas.
La Argentina aprueba en 1991 la Convención sobre los humedales, conocida como Convención Ramsar, a través de la sanción de la Ley Nº 23.919. Se incluyeron tres sitios en la lista de Humedales de Importancia Internacional: los Parques Nacionales Río Pilcomayo (Formosa) y Laguna Blanca (Neuquen) y el Monumento Natural Laguna de los Pozuelos (Jujuy). En 1995 se incorporaron a dicha lista la Reserva Costa Atlántica Tierra del Fuego y la Reserva Provincial Laguna de Llancanel (Mendoza) y en 1997 la Bahía de San Borombón (Buenos Aires).
La riqueza de los humedales en el país, con numerosos endemismos, es muy grande: lagos, lagunas y salinas en la región de las Pampas y la Patagonia extraandina; lagos fríos y cataratas de montaña en los bosques andino-patagónicos; sabanas inundables en la región Chaqueña; lagos, lagunas y salinas en los altiplanos de la Puna, etc. Sin embargo se ha considerado a la mayor parte de la Argentina como vulnerable, con el litoral y Este de Formosa, Chaco y Santa Fe amenazados y el extremo Norte de Buenos Aires en estado crítico. Sólo la provincia de Santa Cruz y el Norte de Tierra del Fuego fueron considerados en condición estable. (Wetlands International, 1998)
Entre las causas principales de la degradación de los ecosistemas de humedales se encuentran el deterioro de la calidad de las aguas superficiales como consecuencia de los vertidos de aguas cloacales e industriales; la construcción de grandes obras de ingeniería, tales como diques y represas; la deforestación; la erosión de los suelos; la extracción de las aguas para consumo de la población y riego; etc. Esta última ha sido la causa de la desaparición casi total de los humedales y laguna de Guanacache ubicadas al pie de los Andes en las Provincias de Mendoza y San Juan, que antiguamente poseían una extensión considerable.

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